La Medicina Interna. Una visión apasionada

6 de mayo de 2019

Julio Montes Santiago. Medicina Interna. Complejo Hospitalario Universitario. Vigo.

En este blog se viene hablando de lo que debe ser un internista y lo hacen personas admiradas, con largo tiempo de práctica en todos los aspectos relacionados con la Medicina Interna. Sus aportaciones, sin duda, será dignas de ser tenidas en cuenta, particularmente por aquellos miembros más jóvenes que se inician en el “internismo”.

Pero yo quisiera aquí expresar una visión más personal y emocional; apasionada, sin duda; de lo que ha sido mi experiencia y de mis compañeros, en estos más de 35 años inmersos en el apasionante campo de la Medicina Interna. Ahí va. “Un internista es aquel ser humano que nunca abandonará a aquel otro ser humano cuyo cuidado le es confiado”.

Vivimos tiempo de especialización como un signo ineludible del avance de los conocimientos en Medicina. Es innegable que ello ha sido uno de los grandes éxitos en el avance conseguido en la supervivencia de las enfermedades. Pensemos en el avance de los tratamientos oncológicos, o de los trastornos inmunitarios o el de la fase aguda del infarto de miocardio o el ictus. Nadie negará que los stents o la fibrinolisis precoz aplicadas por especialistas, con criterios cada vez más claros, han obtenidos resultados espectaculares.

Pero también es verdad que vivimos tiempo de complejidad, que los pacientes son cada vez más ancianos, con múltiples patologías y con creciente información para participar en el proceso de decisiones terapéuticas. En este escenario la excesiva especialización a veces puede constituir un inconveniente difícil de superar. ¿Qué sucede cuando ese paciente con un infarto de miocardio presenta un exantema, una artritis o una fiebre de origen oscuro? ¿Qué pasa con el paciente con ictus que presenta insuficiencia renal o una anemia de origen poco claro? ¿O cuando presenta EPOC o una insuficiencia cardiaca ya refractaria a los tratamientos? En estas condiciones muchos especialistas se encuentran incómodos y no es infrecuente aquel malhadado traslado de responsabilidad hacia el internista: “Ahora hazte cargo tú, porque yo no tengo nada que hacer”. Que es cosa muy distinta de la petición de colaboración para compartir responsabilidades sobre el paciente.

Bien, en ese momento, o desde el principio de su acceso al sistema sanitario, el paciente debe saber que el internista actuará como su guía en el, a menudo, intrincado mundo hospitalario. No diremos nunca: “Oiga, lo que me cuenta no es de mi incumbencia”. Y si lo que le sucede va más allá de nuestros conocimiento enseguida encaminaremos, facilitaremos o le acompañaremos a aquellas instancias que mejor pueden ayudarle. Con frecuencia la labor del internista se asemejará a la del director de orquesta encargado de armonizar la labor de los diversos y excelentes solistas especialistas para que caminen todos a una en aras del mayor beneficio del paciente. Alguien que pueda ponderar los diversos procedimientos diagnósticos; que evalúe las decisiones terapéuticas, con sus posibles beneficios pero también con los potenciales efectos adversos; que tranquilice los previsibles temores del paciente; que calme las angustias de sus allegados; que prevea también las consecuencias sociosanitarias en caso de no conseguirse plena recuperación…Y ello, con frecuencia, pagando un alto peaje en su propia vida personal…

Tal es mi visión de los internistas y de la Medicina Interna. Así, siempre con mayúsculas. La de coordinadora de múltiples agentes de salud que impulse todos los recursos para conseguir la mejor asistencia para quienes le son confiados. Y, ante la enfermedad ya irreversible, aquella que acompaña y compadece –“padece con” a otro ser humano -y sus familiares- para que se sienta acompañado ante el instante más definitivo de su vida…

Estas reflexiones se redactan en un momento en el cual quien las realiza ha pasado de médico a paciente, con un futuro lleno de incertidumbres. Como diría el recordado Albert Jovell -inolvidable promotor del Foro Español de Pacientes- en el instante de transitar al otro lado de la mesa, el de pasar de estar de pie a tumbarse en la camilla. Y qué mejor deseo para ese instante que hacer propias las reflexiones de Albert Einstein cuando en 1948 le propusieron la intervención sobre su aneurisma de aorta abdominal (moriría en 1955): “Tomé dicha decisión -la de operarse- después de una impresionante reunión con doctores, que son mis amigos”*

*Montes Santiago J. Einstein como paciente. Historia de sus enfermedades y las relaciones con sus médicos. Barcelona: Bayer Healthcare; 2014.

Imagen de portada: Parentingupstream en Pixabay