El arte de nuestra profesión.

8 de enero de 2019 / 2 comentarios

Fotografía de portada: Samuel Luke Fildes. El Doctor. 1890. ©Tate Britain, Londres. Imagen bajo Licencia Creative Commons CC-BY-NC-ND (3.0 Unported).

Dr. Luis Gómez Morales, Internista. Servicio de Medicina. Hospital San Juan de Dios del Aljarafe. Sevilla. @lbgm1983

Nada tiene de nuevo decir que los sistemas de salud no atraviesan por su mejor momento. Limitados por la dotación de personal, instalaciones, productos, logística y en ocasiones, por qué no decirlo, capacidad de gestión, se hace más necesario que nunca el desarrollo de las habilidades humanísticas del personal sanitario. Efectivamente, frente a todo ello, los diferentes profesionales responden con delicadeza, confianza y empatía para con los enfermos y sus familias. No son pocas las personas que reconocen y aprecian estas formas en nuestro día a día. Si me apuráis, tanto o más que el propio conocimiento sobre la enfermedad. Muchas son las estampas a diario que vivimos en este sentido y guardamos para nosotros. 

Por fortuna, y para nuestro disfrute, a lo largo de la Historia hay personas extraordinarias (pintores, escultores, escritores, músicos…) que, a través de sus obras, han sido capaces de captar esa relación tan especial, y a veces incluso entrañable, entre médico y paciente. Otras veces tan solo con un trazo, un golpe de cincel, una palabra o una nota son capaces de reflejar ni más ni menos que algo tan profundo como un sentimiento, un estado anímico o físico, un momento vital delicado o incluso una enfermedad y su desenlace. Y es que como bien decía Aristóteles “el objetivo del arte no es representar la apariencia externa de las cosas, sino su significado interior”. Os invito a que nos asomemos a una de las obras que probablemente mejor refleje lo anteriormente referido, “El Doctor”.

Paradigma de la práctica médica y su representación artística, es obra del inglés Samuel Luke Fildes a finales del siglo XIX, y podemos contemplarla en la Tate Britain de Londres. Fildes nace en Liverpool, ingresando a los 17 años en la escuela de arte de Warrington, y posteriormente en la de Kensington. Formó parte del semanario ilustrado “The Graphic”, editado por el reformador William L. Thomas. Ambos creían en el poder de la imagen como método para “sacudir” los cimientos de la opinión pública en temas como la pobreza o la desigualdad. Sus ilustraciones, centradas fundamentalmente en los indigentes de Londres, alcanzaron mucha fama en Francia y Alemania, además de en la propia Inglaterra. Tanto es así, que el mismísimo Dickens le encargó la ilustración de “El misterio de Edwin Drood”, libro que no llegó a terminar de escribir al morir mientras lo hacía. Pero no todo era bello en la vida de nuestro pintor. En Navidad de 1877 y a la edad de un año, muere uno de sus hijos a causa de Tuberculosis. Conmovido por este hecho e impactado por el enorme compromiso que tuvo con éste el que fuera médico de la familia, realizó la obra referida a modo de homenaje algunos años más tarde.

El motivo fundamental del cuadro se sitúa en el propio centro de la escena. A la derecha un médico, sentado y con ceño fruncido, observa, no sin aparente preocupación, el cuerpo de una niña, visiblemente enferma, que reposa sobre una cama improvisada con dos sillas. Ambos iluminados por una tenue pero cálida luz que proviene de una pequeña lámpara situada cerca del doctor. La casa, oscura y humilde. Los padres en un segundo plano, casi indefensos, a la espera. Él permanece observante y apoya su mano izquierda sobre la madre, hundida, que oculta su rostro y llora desconsoladamente. No encontraréis aquí estetoscopios, microscopios o termómetros; todos ellos ya presentes en el siglo XIX. Por su puesto ni pensar en ordenadores, historias digitalizadas, pruebas de imagen punteras o móviles con aplicaciones para cálculo de escalas…todo ello sin duda más que necesario en nuestro día a día, pero no piedra angular. Tampoco se trata realmente de mostrar la enfermedad o la muerte. El autor sabía muy bien lo que pretendía transmitir. Aquí lo que se nos descubre es la esencia, el binomio básico, simple pero imprescindible, de nuestra profesión. La relación directa, de tú a tú, cruzando miradas, entre médico y paciente. El doctor efectivamente mira fijamente, observa, reflexiona, espera…parece tener todo el tiempo del mundo para estar al lado de su paciente. Así es nuestro día a día, y lo reivindico desde estas líneas: a pesar de las dificultades y del escaso tiempo del que disponemos, nuestro compromiso y afán de ayuda permanecen intactos. El cuadro, en resumen, es un claro ejemplo del humanismo en la medicina. La preocupación, el trato y la ternura que expresan los personajes trascienden la propia obra. ¿Y el desenlace? Puede que la claridad del alba que se apunta ya desde la ventana sea sinónimo de esperanza. 

Como anécdotas Fildes mandó hacer réplica de una cabaña de pescador dentro de su estudio para recrear la casa, la cara de la niña se inspira en la de sus propios hijos, y es muy probable que el personaje del doctor sea un autorretrato. La pintura fue expuesta por primera vez en 1891. Como no podía ser de otro modo, la obra tuvo una gran acogida en la profesión médica, ya que según sus propias palabras pretendía “poner al médico en el lugar que se merece; un héroe al servicio de la Humanidad”. Ya a mediados del siglo XX, la Asociación Médica Norteamericana usó el cuadro a modo de carteles dentro de una protesta organizada contra el gobierno, el cual pretendía adoptar medidas desfavorables para la población. 

Muchos otros artistas han planteado este motivo como tema principal para sus obras. Picasso en “Ciencia y Caridad” o Goya en “Goya a su médico Arrieta”, son algunos ejemplos. No tendremos tiempo ni palabras suficientes para agradecer, a todos ellos sin excepción, que hayan gastado su valioso tiempo y talento para acordarse de nosotros, de nuestros pacientes y de nuestra unión basada en el compromiso, respeto y confianza.

2 opiniones en “El arte de nuestra profesión.”

  1. Estimado Luis.

    Efectivamente, ese espacio de encuentro reflexivo y esperanzador que se produce entre el sanitario y el paciente, llega a ser como un bien inmaterial de la Humanidad.
    La racionalización-universalización necesaria de la asistencia, conlleva -probablemente de forma intrinseca-, presiones que amenazan esta relación, y entre los que resalto como mas decisivas la falta de tiempo para la escucha y atención. Consideras que la optimizacion justificada de los encuentros «sanitario-paciente» seria una via para aumentar el tiempo de atención y mantener la sostenibilidad?.

    Enhorabuena por la entrada.

  2. Gracias por tu comentario Antonio.

    Me gusta mucho la descripción que has hecho de la relación sanitario-paciente como «bien inmaterial de la Humanidad». Algo tan preciado debe ser atendido y cuidado de manera especial. A tu pregunta, claro que sí. Cada paciente necesita un tiempo de escucha, sin duda.

    El problema del tiempo es complejo, y como tal su solución probablemente también lo sea. Pero mientras aquellos encargados de organizar precisamente nuestro tiempo no acepten que, efectivente, es un problema, difícil solución le veo. Otro asunto relacionado muy negativo, a mi modo de ver, es la excesiva carga administrativa y burocrática que soportamos, dificultada además por sistemas informáticos poco prácticos.

    Aún así, seguimos en el día a día dando lo mejor que tenemos.

    Un abrazo Antonio.

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